Este sábado, invitado por Solidarios y Thinking Heads, tuve la oportunidad de compartir mi propia experiencia sobre el fracaso personal con un grupo de internos del centro penitenciario de Soto del Real.
No es la primera vez que hablo sobre el fracaso ante una audiencia. Después de cerrar mi primer negocio en 2008 (llegué a operar tres restaurantes de comida saludable en Madrid), en medio de una dolorosa ruina económica y personal, comencé a hacerme la pregunta del millón: ¿por qué? ¿Cómo era posible que hubiese fracasado estrepitosamente después de dedicarle horas y horas de trabajo a mi empresa? ¿Acaso no nos aseguraban nuestros padres y profesores que el trabajo duro siempre conduce al éxito?
Para intentar dar respuesta a esa pregunta, decidí leer todo lo que por entonces se había escrito sobre el fracaso empresarial. Encontré libros donde empresarios exitosos intentaban diseccionar las causas de los fracasos de terceros. Y estudios donde se analizaban estadísticamente estas causas. Pero no encontré ningún libro escrito en primera persona por un empresario que hubiese fracasado realmente. Así que decidí escribirlo yo.
El libro se titula “Game Over: los 13 errores que me llevaron a cerrar mi empresa”.
Y, al poco de publicarlo, tuve la oportunidad de contar mi experiencia decenas de veces por toda España.
Insisto: no es la primera vez que hablo sobre el fracaso. Pero la de este sábado sí fue tal vez la más especial.
Definir el éxito para explicar el fracaso
Durante la charla hablamos del concepto de éxito que hemos aprendido desde la cuna. Para todos los asistentes (igual que para mí), la sociedad en la que vivimos equipara éxito con lucro económico.
En otras palabras, eres un empresario exitoso si te has forrado. Y eres un fracasado si te has arruinado.
En otras sociedades la lectura es bien diferente: en la cultura hebrea los proyectos fallidos suelen convertir a quien los ha experimentado en un profesional mucho más cotizado (y este efecto ha arraigado poderosamente en muchas empresas americanas). En Africa el éxito se asocia al vigor físico. Y en Oriente, al equilibro y bienestar personal.
¿De veras se aprende del fracaso?
Confieso que me produce cierto rubor hablar de “los aprendizajes del fracaso”. Yo no monté mi primera empresa para que se derrumbase. Jamás preví arruinarme. Nunca busqué en el fracaso una especie de redención esotérica.
Pero sucedió.
Cuando me preguntan qué aprendí por el camino, suelo echar mano del estudio de Sydney Filkenstein, profesor del Dartmouth College. Filkenstein entrevistó a 200 empresarios que habían sufrido quiebras y descubrió que éstas tenían poco que ver con factores económicos exógenos. Bien al contrario…
…la amplia mayoría de las quiebras se explican por la ceguera y el ego del líder, incapaz de adaptarse a los inevitables vaivenes de la actividad empresarial.
En Soto del Real casi un tercio de las personas que asistieron a la actividad, decían haber gestionado negocios en el pasado. Fue muy revelador debatir con ellos sobre la autoexigencia: cómo muchos nos habíamos extenuado trabajando de sol a sol sin conseguir enderezar el rumbo. Acaparando tareas técnicas para no tener que pagar a un tercero por realizarlas, cuando a menudo la lucidez para dirigir solo se alcanza cuando tienes tiempo para dirigir.
Hablamos también sobre la importancia de la vocación. Muchos decidimos la actividad que íbamos a ejercer en función del dinero que creímos que ganaríamos en ella. En lugar de escoger aquello que amábamos hacer. El razonamiento es que, si amas tu trabajo, le dedicarás toda tu atención y cariño y terminarás siendo muy bueno en ello. Y podrás obtener un beneficio por el camino.
Al salir de allí, digiriendo en silencio la experiencia única que acababa de vivir, pensé en ellos. En los internos, que me parecieron gente abierta, sociable y valerosa. Están privados de libertad, pero cuentan con la perspectiva que les otorga el tiempo y el aislamiento.
Me recordaron que caerse es algo consustancial a la vida. Y que me equivocaba cuando, al montar mi primera empresa, consideré que el éxito era un objetivo a alcanzar en un punto concreto del futuro.
El éxito no está ahí, sino en el propio camino. Esta idea es más sencilla de entender racionalmente que de interiorizar en el día a día: éxito es levantarte cuando te has caído, es limpiarte el polvo y es seguir caminando.
Si el éxito es un camino, la película no termina cuando te caes.
Siempre hay una segunda oportunidad. Esta es la conclusión de mi experiencia. Y lo que deseo a las personas que me acompañaron el sábado.