El sábado pasado asistí a un pase privado (gracias, Penélope) de la última colección de David Delfín, el enfant terrible de la moda española. Tan terrible que le hace un corte de mangas a la P.Cibeles y se monta su propio mini-desfile en el edificio de Telefónica en Gran Vía.
No soy un experto en Moda ni pretendo serlo. Jamás he seguido ni admirado a ningún diseñador, soy mi propio estilista, desde que tenía 16 años y salí de casa, me compro y me visto con lo que creo que simplemente me quedará razonablemente bien y es apto para mis bolsillos y si es de color negro mucho mejor. Acudí al evento con curiosidad y la verdad es que superó mis expectativas. No tanto por la colección en sí, que me pareció un despliegue monocorde de prendas ibicencas, sino por la puesta en escena impactante y difícil de olvidar. Por varias razones:
-Primero, el edificio es un enclave de lo más significativo en el centro de Madrid. Acceder a él para el que nunca lo haya hecho es un descubrimiento, es como entrar en una cripta de los libros de Dan Brown.
-El montaje de luz y sonido, era capaz de transformar una vulgar escalera en una pasarela de moda. Pero ya hay que ser atrevido para exponerse a hacer algo así en lugar de refugiarse en la seguridad de un desfile convencional.
-La apariencia de l@s model@s , (supongo que con deliberda indefinición en los géneros, salvo por Bimba Bosé que ya sabemos quién es), inquietante. Vestidos de verde hospital, con el pelo teñido de rojo y una especie de determinación lenta pero amenazante, rollo los zombies de George A. Romero.
En suma, un espectáculo visual de primera que posiblemente no contribuya a vender muchas de las prendas que se vieron sobre la pasarela, pero sí a hacer el nombre de David Delfín más grande. Y de eso se trataba. David Delfín sí que sabe de diferenciación, y de branding.