Del reto a la marabunta: por qué dejé las carreras populares

Este mes han fallecido cuatro corredores populares en nuestro país.  Las tristes noticias me han recordado este post que publiqué hace tiempo sobre las razones por las que dejé de participar en carreras populares después de haberlo hecho durante quince años.

 

Comencé a correr

Comencé a correr por casualidad hace quince años.  Preocupado por los kilos de más que había ganado, consecuencia de un cambio extremo de rutina laboral.  Por aquel entonces se cruzó por primera vez en mi vida un maratoniano, e.d. un tipo que había logrado terminar un maratón.  Esta hazaña portentosa me hacía verle como un “elegido”, un de los contados vencedores de esa batalla épica en una distancia eterna (los 42 km, 195 metros).  Le veía tan héroe como a Filípides, el primer maratoniano.

Filipides

Varias veces a la semana, nos juntábamos para correr en el Retiro donde era frecuente que los perros, por entonces poco habituados a ver humanos corriendo en paños menores, se desgañitasen en ladridos a nuestro paso.  

Al cabo de un par de semanas, una mañana subiendo por la cuesta del Angel Caído, me dí cuenta de que mi admirado maratoniano resoplaba como un búfalo.   ¿Significaba esto que tendría alguna oportunidad de convertirme yo mismo en maratoniano?  ¿Acaso ese reto agónico estaría algún día a mi alcance? 

 

Mi primera carrera

A los pocos meses, ilusionado con mis progresos, decidí apuntarme a una carrera popular.  

No se me ocurrió nada mejor que inscrbirme a la media maratón más dura de la Comunidad de Madrid: la de Fuencarral. Recuerdo que acudí a ella con un respeto reverencial hacia la carrera y hacia los demás corredores.  Casi salía de mí pedir disculpas por colarme en la línea de salida junto a tipos tan finos como africanos, con barbas hirsutas y piernas secas y depiladas… Terminé aquella media maratón en la mitad del paquete y con muy buenas sensaciones.  No fue casualidad: el atletismo es 100% generoso porque te devuelve siempre en proporción a lo que tú le has dado.  Y yo llevaba entrenando varios meses a razón de 5 días a la semana.

 

Un modo de vida

A ese medio maratón siguieron otros muchos.  Cada carrera era un nuevo reto para acercarme lo más posible a mis límites:  no hablo sólo de cronómetro sino también de sensaciones, de experiencia.  Una oportunidad de beber mejor en carrera, de apretar en el tramo final, de no clavarme en las cuestas, de distraerme en la primera parte de la carrera y concentrarme en la segunda…. De disfrutar en definitiva el día de la carrera, de todo lo que me había esforzado en los entrenamientos.  Como decía el campeón olímpico Sebastian Coe:  «No me gusta entrenar.  Solo lo hago para cobrarme mi recompensa cuando compito» (Sebastian Coe).

Asi que hasta que enfrentarme yo mismo a los 42 km apareció ante mí como el siguente reto.  De forma natural.  

Leí los escasos libros que por aquel entonces se habían publicado sobre la distancia y me suscribí a Corricolari: aquella mítica revista donde escribían runners expertos, atletas, entrenadores profesionales.  Una revista repleta de consejos que me parecían oro puro.  Sobre alimentación, preparación, estiramientos, y cómo no, sobre las liturgias previas a la carrera. Además, por aquel entonces era el único lugar donde podías informarte sobre las fechas y lugares de las carreras.  Cada ejemplar de Corricolari me iba convirtiendo en un miembro más de esa tribu a la que quise pertenecer desde el primer día que me colgué un dorsal.  

Mi primer maratón fue en Madrid.  Todavía recuerdo la incertidumbre, la “paciencia del eremita” (Abel Antón) durante la primera parte de la carrera, aquella sensación de ir bien de combustible al entrar en la Casa de Campo y los pelos de punta chocando manos con los niños apostados junto al asfalto en Méndez Alvaro, consciente de que lo iba a lograr, que iba a llegar a meta.

Maraton palma

Aquel día me dí cuenta que estaba lejísimos de llegar a mi techo, y que acercarme a éste suponía un reto todavía más poderoso.  Así que me uní a un grupo de entrenamiento en el estadio Vallehermoso.  Un grupo espléndido formado por gente de todo perfil, como Víctor, como Eduardo, como Angel, como Pablo.  Un grupo preparado con una dedicación y un rigor que posiblemente jamás merecí por el entrenador de fondo con más talento de este país:  Jerónimo Bravo.

Con tales apoyos, el viaje se hizo cada vez más grato.  Salir del trabajo con la bolsa de deporte camino de Vallehermoso era una gozada.  Entrenar con esta gente era mi oasis de paz, aún sabiendo que en esos entrenamentos de cuestas, series o en esas sesiones de gimnasia, ibas a sufrir de veras…

Correr transformó mi vida, hasta convertirse en una filosofía que lo dirigía todo, que lo empapaba todo.  Por ella salía a correr dos horas un domingo temprano en la Casa de Campo aunque me hubiese acostado de madrugada mazado a copas.  Por ella le quitaba protagonismo a todo lo demás.  Así vinieron trece maratones más.  En  San Sebastián, en Sevilla, en Mallorca, en Berlín, en Nueva York…

 

No es para tanto

No pretendo impresionar a nadie.  Deliberadamente no voy a hablaros de marcas.   Esta historia no va de records ni conquistas: el ámbito de los récords pertenece a los atletas profesionales. La medalla de los atletas populares es la superación, a la que sólo puede llegarse por el camino de la perseverancia y el esfuerzo.  

Y lo bueno de esto, es que no es para tanto.  Para correr maratones no hace falta ninguna cualidad especial.  Es falso que requiera un esfuerzo hercúleo.  No creas a nadie que te hable en términos épicos del muro, o de que se le apareció la Vírgen en la línea de meta.  La gente exagera mucho.  Y exagera más cuanto menos sabe.

 

Superar a tu rival

Sin embargo, sí existe un requisito imprescindible para alcanzar ese éxito y (en mi opinión) para que la actividad del atletismo tenga sentido.  Que seas capaz de batir a tu rival.  Y en el atletismo popular, el único rival eres tú mismo. 

Para batir a ese rival, lo único que debes hacer es entrenar con perseverancia para mejorar.  Permíteme decirlo más claro todavía: el atletismo popular no puede entenderse sin la perserverancia y el esfuerzo.  Al menos no el atletismo popular al que yo estoy dispuesto a dedicarle tiempo. 

 

Enfermedad

Hace 5 años me inscribí en el maratón de Londres.  Estaba en el mejor momento de forma de mi vida:  había mejorado mi marca en maratón (Mallorca, terminando entre los quince primeros), en media maratón (Getafe) y en 10.000 (San Silvestre Vallecana Internacional) de forma consecutiva.

Y en ese preciso instante mi salud hizo crack, por razones que no vienen al caso ahora mismo.  Tuve que cancelar mi viaje y comenzó una travesía por el desierto (que duró cerca de 3 años) durante la cual dejé de correr por completo.  

 

3 años después

Como todo pasa, transcurrido ese tiempo volví a presentarme en la línea de salida de una carrera. Con la misma prudencia de siempre.

Pero me encontré un cuadro muy diferente al que os acabo de describir.  El número de participantes en cualquier carrera se había multiplicado.  La mayor parte de la gente que me rodeaba parecía totalmente ajena al mundo del atletismo popular: ni sus rutinas previas, ni su apariencia física, ni siquiera su actitud de respeto respecto a la carrera y a los demás corredores tenían nada que ver con mi experiencia del pasado.

Es como sí durante aquellos 3 años me hubiesen hibernado y trasladado a una galaxia muy lejana. Y en la nueva galaxia, me encontraba rodeado de extraños. 

 

Por qué ya no participo en carreras populares

Por eso hace ya tres años tomé la decisión de seguir entrenando pero no volver a colgarme un dorsal.  Tengo buenos amigos que siguen corriendo y me han preguntado por qué.  Ya no participo en carreras populares porque se han masificado y se han difuminado totalmente sus valores:

  • Porque el celofán (los elementos externos, el ruido de los patrocinadores, las convocatorias masivas)  ha sustituido a la experiencia (el reto, la superación, el entrenamiento en silencio).
  • Porque cómo vayas de maqueado se ha convertido en algo más importante a cómo funcionen tus piernas.
  • Porque parece que para sentirse corredor es más importante ponerse un dorsal y un chip en la zapatilla que pensar como un corredor y comportarte como un corredor.
  • Porque la feria (no la feria del corredor la víspera de la carrera sino la feria de la meta y la salida), han sustituido a la concentración que permite gozar de verdad de la carrera.
  • Porque pensar que la ilusión de correr se reduce a ponerte un pantalón corto los domingos, es como vivir en Matrix sin saber que hay un mundo real más allá.
  • Porque se ha perdido totalmente el respeto a los demás corredores:  cualquier runner en bermudas puede situarse delante de ti en la salida, cruzarse varias veces por delante, incluso pisarte, para luego abandonar o continuar caminando el resto de la carrera…  Por supuesto, cualquiera de estos corredores tiene el mismo derecho que cualquier otro a presentarse en la línea de salida.  El mismo que tengo yo a no querer correr a su lado.

Sé que ya no voy a encontrar en Madrid carreras donde se pueda recuperar aquel espíritu auténtico, humilde y esforzado de antaño.

Por eso sólo me encontraréis en el Maratón Popular de Madrid una vez al año.  Es mi manera de homenajear a los 42 km: la única carrera que es imposible terminar si no te has tomado tus entrenamientos medianamente en serio durante al menos 3 meses. Y quizá algún día vuelva a Londres, a terminar ese maratón que nunca pude comenzar.

Seguro que ya no tengo la ilusión de antes, y por supuesto, ya no voy al ritmo de antes, pero me siento MUY acreedor de un sitio en la salida de esa carrera alrededor de la cual he centrado mi ilusión tantos años.

Saludos a todos.