Lo lamento.
Hoy comienza el Mundial de fútbol y a pesar de haberme atado a la pata de la cama para resistir la tentación no lo he conseguido: tengo que escribir algo.
Cuando estudiaba en Inglaterra me sorprendía ver largas colas a la puerta de las casas de apuestas llenas de británicos enfervorecidos: fútbol, galgos, crickett… Mi abuelo Jesús siempre me dijo que eso de apostar estaba mal…
Veinte años más tarde el país más insular de Europa (más que en lo geográfico, en lo cultural), ha exportado el frenesí de las apuestas al resto del mundo. ¿Será que realmente son ellos los que van por delante?
Descubro en William Hill (casa de apuestas sin sospecha alguna de contaminación de fervor español) que nuestra selección es REALMENTE la primera candidata a ganar el Mundial. E.d. si apuestas por España ganarás un euro menos por euro invertido que si apuestas por Brasil, 4 menos que si apuestas por Inglaterra y ¡tres veces menos! que si apuestas por el actual campeón, Italia. Además, si realmente encuentras algún interés en apostar tu dinero al máximo goleador del campeonato: el máximo candidato es el guaje (David Villa).
Reflexiono sobre ello y pienso que las expectativas sólo son eso, expectativas. Hoy he entregado el manuscrito de mi primer libro (dentro de unos días publicaré un post al respecto) sobre las dificultades de la vida empresarial y lo fácil que es cagarla y caerse con todo el equipo. Aunque estés siguiendo a rajatabla el manual del MBA.
Las empresas se dedican a comercializar productos o servicios cuyos clientes son personas. Y las personas somos subjetivas e impredecibles. Por eso la gestión de empresa no se puede considerar una ciencia, porque alcanzar la certeza y eliminar el riesgo es imposible.
La misma facilidad que tiene España en el mundial de verse afectada por un penalty en contra, un arbitraje polémico, una expulsión, y tener que venirse para casa.
La línea que divide el éxito del fracaso es tan tenue en la vida como en el deporte.
Saludos irreverentes.