La fortuna de meterme en un atasco

Anoche volvía de una reunión en la agencia de comunicación de unos amigos.  Tenso y estresado como me he pasado casi toda la semana, me acerqué a la Gran Vía a comprar unos libros para un curso de presentaciones eficaces que estoy preparando.  Salí pitando, inquieto por el tiempo que siempre pierdes al pasar por el centro, y me subí de nuevo a la moto, para meterme en un atasco imprevisto que me tuvo totalmente parado durante casi un cuarto de hora. Gran via

Explico la imagen: por la izquierda subían en dirección a Callao un montonazo de bicis y patinadores (calculo que pasaban de dos mil).

Resultó ser una quedada de bici-crítica una comunidad de amantes de la bici. 

Como estaba totalmente atorado y no podía ir para atrás ni para adelante, me paré a observar la escena. 

A un lado, una larga hilera de encorbatados cabreados, metidos en sus coches.  Cuando se dieron cuenta del embolado empezaron a pitar.  Hasta que vieron que no servía de nada y empezaron a mirar desde dentro de sus peceras.

Al otro lado, un grupo de ciclistas sonrientes disfrutando de un paseo por donde jamás les es posible circular.

Después de unos minutos decidí dejar de preocuparme, subí la moto a una acera y me metí en un garito a desestresarme tomando una caña mientras el atasco amainaba (sólo una eh).

Hace unos años tomé la decisión de colgar la corbata para tomar las riendas de mi futuro profesional.  Y eso sólo me sirvió para trabajar muchas más horas y tener menos vida.  Tomar las riendas de tu vida profesional interesa bien poco si por el camino pierdes las de tu vida personal.

Hace unos meses tomé otra decisión aún más drástica: trabajar un 20% menos.  Con el fin de equilibrar mi vida personal y profesional y obligarme a ser más eficaz con mi tiempo dedicado al trabajo.  Si sabes que a tal hora lo dejas, por la cuenta que te trae, dejarás de perder el tiempo con tonterías (mails y llamadas irrelevantes, reuniones coñazo, curioseo errático por Internet…).

A veces tiendo a olvidar esto.  Esta semana por ejemplo lo había olvidado, por culpa de la presión del día a día.

Si trasladas la ley del rendimiento decreciente a la realidad de tu trabajo diario, verás que a trabajar más de ocho/nueve horas diarias es un disparate como la copa de un pino porque:

– tu productividad marginal (e.d. el trabajo extra que logres sacar) en esas horas adicionales es mínima,

– si no descansas te vuelves más irritable y menos sociable y últimamente leo que las habilidades sociales/emocionales explican el éxito profesional en el 80% de los casos, ¿os lo creéis?

– dejas de hacer en esas horas de ocio otras cosas que te serían mucho más productivas: networking, leer, ver cine, pasear (una actividad tan aparentemente irrelevante como pasear a menudo me sirve como combustible para poner a parir a una marca en este blog o elaborar un case study para mis clases),

– por último, y aún a riesgo de sonar un poco oso amoroso, ¿no pensáis que el exceso de trabajo es la excusa más estúpida del mundo para dejar de ver a la gente que queremos?

¿Estamos acaso invirtiendo el 60 o el 70% de nuestro tiempo despiertos en un trabajo que nos asfixia y nos aleja de los nuestros?  ¿Por qué no vamos a poder cortar por lo sano este exceso?  ¿Por qué no voy a poder decidir lo que hago con mi tiempo? ¿Por qué, incluso si trabajo por cuenta ajena, no voy a poder acercarme a aquellas empresas –las hay-, que procuran respetar la vida personal de sus empleados?

Me alegro de que un atasco me haya recordado que prefiero sonreír montado en una bicicleta a sufrir atornillado al volante del coche en un atasco a horas intempestivas de la noche.