Los «hombres grises» de Ende, la mayor amenaza del marketing

Los hombres grises de Michael Ende, y la publicidad que interrumpe

El autor alemán Michael Ende publicó su primer libro en 1973.  Titulado Momo, relataba la ocupación del mundo por parte de los hombres grises, unos seres fantasmales cuya energía provenía de robar el tiempo de los humanos.

Momo (Michael Ende)
Foto cortesía de «Fandom»

No sería hasta 1979 cuando Ende se hizo mundialmente conocido tras la publicación de su siguiente obra, La Historia Interminable.  Pero esa es otra historia en sí misma, para ser contada en otra ocasión….

Momo es, por encima de todo, una fábula metafísica sobre la pérdida de valores en la sociedad contemporánea.

En esta nueva sociedad, dominada por los hombres grises, «ya no hay tiempo para charlar, para sonreír, para soñar, ya no hay espacio para la imaginación, la creatividad, pero sobre todo ya no hay tiempo para escuchar.»

El mundo del marketing y la publicidad me recuerda frecuentemente al país de Momo.  Y por eso recogí esta analogía en un capítulo de mi primer libro, Big brother is dead.

Big brother is dead (Javier Regueira, 2011)

 

Tú también conoces hombres grises

Y yo.

En nuestra sociedad son las marcas las que nos roban nuestro tiempo.

Bueno, seamos justos: las marcas no pueden robarnos nada porque no se mueven, son entes inanimados, apenas huellas intangibles que ocupan un minúsculo espacio en nuestra mente.  Los que nos roban nuestro tiempo son (algunos) entre quienes las dirigen.

Personas sin arrojo.

Personas que no escuchan: porque escuchar podría abrir peligrosas puertas en dirección a lo desconocido (peligrosas para ellos/as).

Personas más preocupadas por los reconocimientos que generan un aplauso fácil que por los resultados cosechados por las marcas que gestionan.

Personas aferradas con uñas y dientes a su poltrona, aisladas en su zona de confort.

Personas alérgicas a la innovación y por lo tanto ignorantes de lo que se cuece en un mundo digital que les es completamente ajeno.  Creen que refugiarse en ese mundo de ruido y aversión donde todo el mundo es líder en algo, es más seguro que adaptarse a lo que el consumidor realmente demanda: ética, respeto, información útil, diálogo.

Personas que no escuchan a sus colaboradores.  Que no escuchan a sus proveedores (salvo por supuesto a quien les diga lo que quieren oír).  Y lo peor de todo, personas que no escuchan al consumidor, que como nos enseñaron en primero de marketing debería ser el epicentro de todo lo que hacemos.  El alfa y el omega.

Personas que siguen apostando por publicidad que interrumpe.  A sabiendas de que no funciona.

¿Tal vez estás pensando en algun@?

 

El arma de los hombres grises

Por supuesto que les conocemos.

Son ellos quienes eligen no dejarnos hablar para que no interrumpamos su monólogo monocorde.  Para que no cuestionemos su absolutismo decimonónico.

En lugar de fomentar el diálogo con sus clientes, los hombres grises se encomiendan a la sacrosanta «creatividad», convertida en en un fin en sí mismo, en una interminable búsqueda de ocurrencias.  Y por supuesto no consiguen reconciliarse con esos clientes.  Porque solo hablan a través de distintas versiones del mismo monólogo predecible y autoritario.

Ellos son los causantes de que el 95% de las personas consideren a la publicidad una molestia.

Y también ellos los responsables de que la publicidad no evolucione más rápidamente para convertirse en una comunicación de valor lúdico o informativo, capaz de aportar una gratificación tangible a quien la recibe.

Ya lo veis, el mundo de las marcas tiene sus propios hombres grises.  Y ellos siempre serán los malos en cualquiera de mis escritos.

Saludos a todos.