Me quedaba media hora libre antes de una reunión y decidí revisar mi Power Point mientras sorbía un Caramel Macchiatto. Me senté en uno de esos sofás roídos, con una mesita delante para apoyar mi laptop.
A mi lado había tres señoras a las que de un vistazo clasifiqué sociodemográficamente como marujas. No quisiera parecer sexista: así llamaban en Procter & Gamble coloquialmente al público objetivo de sus detergentes!
Entre página y página de mi presentación ponía la antena intentando descifrar su conversación. Supuse que hablarían de la receta de Arguiñano de hoy, la salida de Risto de Operación Triunfo (enhorabuena, Risto, ya eras bastante más grande que el programa), o las vacaciones en Torrevieja.
Pues no.
De repente creí oir “wikipedia”. Me dije “no, es imposible”. Y agucé los oídos todavía más. Volví a oir “wikipedia” dos veces más y luego “Facebook”, “pendrive”, “Amazon” y “Skype”. Es más, una de ellas argumentaba con todo lujo de detalles la cantidad de dinero que ahorraba en sus facturas telefónicas a base de utilizar distintas aplicaciones disponibles en la Red.
El observatorio Red.es revela que Internet llega ya al 53% de los hogares españoles y a casi un 60% de los ciudadanos – aunque no nos ofrecen este dato, es de suponer que la penetración de la red en las grandes urbes es muy superior, si no prácticamente universal.
Por un momento se me olvidó que Internet es el medio más democrático que existe, que el hecho de que mis amigas las e-marujas no vistan de G-Star y zapatillas Tiger ni tengan I-Phone ni una bolsa bandolera Freitag, el hecho de que no respondan a la estética geek, no significa que no sean ciudadanas de la Red, como lo somos los demás.
Esta anécdota sin importancia esconde una lectura relevante para los grandes anunciantes. Que la audiencia –no el medio- es lo verdaderamente importante, y que Internet ha dejado de ser un gueto de techies y geeks, sino que también es uno de los pocos lugares que quedan donde todavía es posible iniciar un diálogo eficaz con las marujas de Procter.
Me queda concluir que fui prepotente al prejuzgarlas. Lo siento, e-marujas.