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Una anécdota sin importancia
Ayer, además de un catarrazo considerable, tenía el día tonto.
Nada más llegar a casa procedente de la oficina, decidí colgar un vídeo en Facebook para contar lo que me había pasado con mis gafas. Las perdí, compré otras, y finalmente las recuperé 10 minutos después de pagar las nuevas… y claro, me sentí un idiota como consecuencia de todo ello.
https://www.facebook.com/javier.regueira/videos/10212243461468849/
Después de algunos comentarios amables que agradezco y algunos exabruptos de los simpáticos de turno que también me esperaba 😉 llegué a la conclusión de que no era tan malo haberme gastado el dinero innecesariamente. Porque las gafas nuevas molan más.
Y ya está. Puro consumismo…
Hasta que llegó una marca
La anécdota (lo sé, bastante irrelevante) pertenece al ámbito privado. Sólo utilizo Facebook para mantener el contacto con algunos amigos cercanos. Y ahí se habría quedado de no ser por Alejandro, que trabaja en la tienda online Brandeee y que me envió esto.
Fijaos: una marca (porque alguien que trabaja para una marca ES LA MARCA en ese momento) interviene en una conversación privada que mantengo con mis amigos y no solo no me irrito sino que inicio una conversación que concluye en su e-commerce brandeee.com/es/ haciendo un pedido de unas gafas de sol.
Por descontado, lo sucedido carece por completo de fiabilidad desde el punto de vista experimental. Pero me hace pensar. Que hay formas y formas de interrumpir.
Los consumidores no estamos hartos de las marcas y punto. Estamos hartos de las marcas:
- Que por el hecho de ser marcas se creen con derecho a hablarnos desde su ombligo constantemente.
- Que asumen que su publicidad es interesante y que merece nuestro tiempo.
- En definitiva, estamos hartos de las marcas que nos dan el coñazo.
¿El ingrediente mágico para la relación? La generosidad
Risto Mejide lo bautizó ingeniosamente como la «estrategia del cuarto oscuro»: la mejor manera de relacionarnos eficazmente con un cliente es:
«Dar, dar y dar… con la esperanza de recibir en algún momento».
Lo mismo que Brandeee hizo conmigo. Ofrecerme un incentivo confiando en que el contexto (una conversación chorras entre amigos) me hiciese superar la predisposición negativa que el 90% de los consumidores tenemos hacia el lenguaje de las marcas. Porque la publicidad hasta hoy es el lenguaje de las marcas y 9 de cada 10 personas la detestamos.
El resultado es una especie de «micromarketing en tiempo real». Percibo cierta espontaneidad en el autor de la oferta, pero (la haya concebido de esta forma o no), el efecto que podría llegar a tener es el siguiente:
- Detecto una oportunidad para acercarme al autor de un contenido que han visto cerca de 500 personas.
- Le ofrezco un incentivo para empatizar con él. Es la manera de no ser percibido como un intruso por esa comunidad.
- Confío en que ello genere un efecto de goodwill en él, y en el resto de miembros de la conversación.
Estaréis pensando: ¿llegar a una porción de esas 500 personas justifica los posiblemente 15 euros que costarán las gafas con sus gastos de envío?
Yo os contestaría a la gallega, con otra pregunta: ¿a cuántos clientes captaríamos con 15 euros de publicidad intrusiva?
A mí me ha dado que pensar…
Saludos a todos y aprovecho para desearos un 2017 cargado de éxitos.